Su apariencia era la de
una joven de veinte años, no más que eso, pero las líneas de sus manos
delataban el real camino que había recorrido en la tierra, su sabiduría era la
de los árboles que bordeaban su pequeña morada, una cabaña formada naturalmente
por dos viejos robles, quienes entrelazados y dejando caer sus ramas sobre una
pequeña hendidura formaban la puerta del hogar de Ella, mientras delicados
brazos de una cercana vertiente, proveniente de un no muy lejano rio, se
paseaban a los pies del refugio, divino néctar en las noches de luna llena en
que la gran Diosa se reflejaba en las aguas volviéndolas plateadas y
depositando en ellas su sumo poder, instancia aprovechada por ella pues era
durante esta fase lunar que creaba todo tipo de pociones, para aliviar los
dolores del cuerpo y del alma, de cualquier criatura que pudiese necesitar su
ayuda, animal, humano o no humano, ella estaba ahí para él, siempre que la
criatura en cuestión fuese digna de su ayuda portando aquello más valioso, un corazón
puro.
Así por su pequeño y
bien camuflado escondite, llegaban doncellas perdidas, ancianos en los que la
fuerza ya los abandonaba, animales heridos, todos ellos una vez sanados prometían
volver en agradecimiento, pero jamás uno si quiera había regresado, mas eso a
ella no le importaba pues en secreto amaba su gustosa soledad.
Cierto noche en que
menguaba la luna y mientras ella yacía recostada a un lado del rio que daba
vida a la divina vertiente, un hombre se internó en el bosque en donde estaba ella,
el agudo oído que poseía le advirtió primero
que la vista y rápidamente incorporándose permaneció tras de un grueso árbol, el hombre era alto y
bien fornido pero sus fuerzas parecían decaer pues casi al borde del desmayo consiguió
llegar hasta el rio en donde se desplomó
sobre las aguas, ella siguiendo su buen corazón de mujer no pensó dos veces y se
dirigió a auxiliar al hombre a quien una vez a su lado tomo entre las suaves
manos, como quien cuida de un niño, mientras la luz de luna le iluminaba el
rostro pálido y sereno.
A la mañana siguiente
bien abrió los ojos el joven hombre, ella estaba a su lado, a él le parecía todo
un sueño ¿dónde estoy? Preguntaba, ¿quién eres?, interrogaba a la sacerdotisa
Estas en mi hogar, le
dijo ella, y yo solo soy una curandera, añadió, te he visto desfallecer a la
orilla del rio y haciendo caso de mi corazón te he ayudado, respondió ella
Gracias gentil dama, agradeció
el joven, no sé cómo pagar el bien que me ha hecho pues si no fuera por usted
yo estaría ahora muerto, añadió el
extraño.
Pues existe en el mundo
una manera en que si podéis retribuirme, respondió esta, ¿me dirías vuestro
nombre?, añadió ella
¿Mi nombre? claro que
puedo confesaros mi nombre, respondió el joven, mi nombre es, continuo el, mi
nombres es… entonces de súbito el joven calló y perplejo exclamó ¡No recuerdo mi nombre, no recuerdo quien soy¡
sollozo amargamente
Ante lo cual ella se
mostró muy entristecida ya que no quería causar más tristeza al joven,
tranquilo señor, de seguro con el tiempo recordareis quien sois, le tranquilizo
esta, de momento puedes quedarte aquí añadió, así lentamente el rostro del
joven desconcertado volvió a la calma.
Si bien el malestar del
joven continuo largos días, este era del espíritu, del corazón, físicamente se
encontraba saludable y vigoroso, y para no fatigarlo más, ya que las fuerzas
sin aprovechar se vuelven en contra del cuerpo y además para darle una ocupación,
en que mantener su concentración y mente, ella le dejaba algunas tareas
sencillas, de esta manera él podía sentir que retribuía en algo el gran servicio
que ella le prestaba al darle refugio y comida, así es como en las mañanas el salía
a recorrer los bosques buscando leña seca para la hoguera de la pequeña cabaña, así también era como alimentaba un pequeño grupo de gallinas
que proveían de huevos y de carne cuando el tiempo era el indicado, pero solo
estas tareas de índole más doméstica , estaba el joven autorizado para
realizar, existían otras tareas concernientes
a la conexión con la diosa que solo eran de ella.
Había pasado más de un
mes desde que el joven vivía en el refugio de la sacerdotisa, y entre ambos ya
crecía un suave vinculo natural, si bien no pasaban mucho tiempo juntos pues ella
entregaba gran parte del día y de la noche al bosque, a las reflexiones con la
naturaleza, con la diosa, habían breves instantes en que sin que ella lo notase,
él la observaba, ella era hermosa eso era innegable, de delicadas y de suaves
formas, con un rostro cuyas finas facciones era enmarcadas por una frondosa
cabellera castaña que hacían juego con sus dorados ojos de sol, ya lo habían cautivado
desde la primera vez que la vio, hace más
de un mes, pero había algo más, algo en su comportamiento que no era común de
una joven, algo místico la rodeaba, una fortaleza superior, aquello le atraía de
sobremanera, así es como una noche de luna llena la siguió, el presto mucho
cuidado en no ser percibido y tras un roble la observaba cuidadosamente, ambos
estaban en el rio, en donde se encontraron.
La suave brisa de verano hacia ondear sus
vestidos y la poderosa luz de luna se reflejaba en ella bañándola de un
plateado fulgor que la hacían brillar tanto como la diosa, entonces lentamente
ella comenzó a desnudarse, dejando solo un cinto rojo atado a su cintura, el la
observaba extasiado, mientras ella se adentraba en el lecho del rio, de pronto
el agua a su alrededor tomo un leve tono rojizo que convirtiéndose en pequeños
cristales se elevaron cual diamantes siguieron el camino del haz de luz de vuelta a
la luna entonces esta brillaba más fuerte, más poderosa, mientras ella
susurraba suaves melodías y elevaba los brazos al cielo dichosa, él no sabía si
aquella criatura era una ninfa, una hechicera o una bruja, pero aquello ya no
le importaba.
De esta manera cada vez
que ella dejaba dicho que llegaría tarde, el auguraba que saldría a realizar
rituales como el que acababa de presenciar y la seguía, así en cada fase lunar
se encontraba con nuevas danzas, nuevas canciones, y su piel pálida
resplandeciente bajo la luna, le enamoraba más y más así con el correr de un
año comenzó a comprender aquellos rituales pero no solo desde la mente, pues al
sentirse nuevo en el mundo de cierta manera comenzó a sentir como Ella, una conexión
con la naturaleza que le daba sentido a su vida, de esta manera comenzó a amar
a la diosa y a intentar hablar con ella pidiéndole alguna señal, algo que le
aliviase el corazón, pero sin atreverse si quiera a delatar su amor, por temor
a perderla.
Ella por su parte le
daba cada vez tareas más complejas y lentamente comenzó a enseñarle de las estaciones, del rio, de cuando y donde
se encuentra mejor leña, cuando cosechar, cuando la luna quiere fiesta, o
cuando es mejor el silencio, él había aprendido a comunicarse con la
naturaleza, con el canto de las aves, y el susurro de los árboles, el aprendió
de ella, de su bondad con los demás seres, con la tierra y la amo más.
Cierta noche de luna
llena en que ella saldría a realizar sus rituales como es común, le busco para
comunicarle que esta noche tardaría, pero no le encontró por ninguna parte, pensó
que estaría en el bosque recolectando leña, entonces salió rápidamente, busco
horas y no lo encontró, entonces volvió al
refugio, en ese momento una duda atrapo su mente, el se había marchado, como
todos en su momento, el la había abandonado, entristecida y decepcionada pues
ni siquiera tuvo la gentileza de despedirse volvió a su refugio, a su soledad
ahora de vuelta.
A la mañana siguiente y mientras ordenaba unos recipientes en la
despensa, avergonzada comprendió porque el se había marchado, corrió hacia un
viejo baúl que poseía, y lo encontró vacío, aquello que tanto había escondido,
ya no estaba, en el secretamente ocultaba algunas pertenencias que el traía el
día que lo encontró, pertenencias que de conocerlas le darían pistas de su
verdadera identidad, que terminaría por separarlos y ella en lo más profundo de
su ser le amaba, pero sabiendo su origen el jamás se enamoraría de ella, pues
dentro de sus posesiones contaban una biblia y una cruz, entonces decidió jamás
decirle que era un sacerdote y con el correr del tiempo le habló de aquello que
ella amaba, de la tierra, de la diosa, con la esperanza que el viera el mundo como ella lo veía, y permitía
así que el la viese en sus rituales, que la contemplara y se enamorara de ella,
pero todo había sido en vano pensó y volviendo a su refugio se juró no volver a
amar a nadie y dedicarse a la madre como así debió haber sido.
De esta manera y sumida
en inevitable tristeza transcurrieron diez años, en los cuales por primera vez
su cuerpo sintió el paso del tiempo, a pesar de como siempre consagrar su
existencia a venerar a la diosa y a
proteger a la tierra y fue como si en este cayeran de improvisto no diez ni veinte,
sino más de cincuenta años, entonces su
rostro estaba surcado de arrugas y sus castaños cabellos adquirieron un tono
plateado, ya no podía recorrer el bosque con igual agilidad y sus sentidos
fallaron lentamente, se sentía abandonada por la Diosa, por el gran matriarcado
espiritual, cierta fría noche de luna
llena, se acercó al rio como era costumbre, sus fuerzas la abandonaban
lentamente sabía que quizás sería su última noche en este plano, entonces con
mucho trabajo se acercó al rio y sucedió aquello cuando le vio, por un momento pensó
que se trataría de un espejismo, una ilusión producto de su avanzada edad pero ahí
estaba el, su joven sacerdote, el único hombre al que había amado, todavía parecía
joven, al parecer el paso del tiempo no había sido tan cruel con el, algo había
hecho mal, pensó la sacerdotisa, algo hacia que ella ya no fuese digna del
poder de la Diosa, pero ya no importaba el estaba ahí y ella le observaba,
entonces el amor de su pecho broto, como el agua de un manantial, que destroza
la piedra y todo a su paso, se desbordó, él se bañaba en las aguas plateadas, él
estaba en el reflejo de la diosa, y ella no pudiendo resistir más se lanzó a
las aguas, mientras en la orilla del rio ardía una hoguera, encendida con una
vieja biblia y un crucifijo enterrado perdía valor envuelto en brazas, el
cuerpo de ella retomo su juventud, apenas toco las aguas, entonces volteando la
mirada, el la reconoció, ambos se fundieron
en un solo abrazo, ambos eran luna
llena, entonces los cuerpos de deshicieron en pequeños diamantes que se
elevaban en la luz de luna desapareciendo del plano terrestre.
Muchos se preguntaron
qué fue de aquella vieja hechicera que habitaba el bosque y que proveía de
medicina a aquel que la necesitara, pero su cuerpo nunca fue encontrado,
algunos creen que se ahogó admirando el reflejo de su Diosa, que justo antes de
morir le regalo la ilusión de un amor pasado y de la juventud perdida, otros en
cambio creen que el volvió, que el a diferencia de los que juran volver, el
realmente lo hizo.
Solo sabemos que días después
un sequito de jóvenes misioneros llegaron al lugar escoltados por media docena
de soldados, andaban tras la pista de un joven sacerdote, decían que
aparentemente habría perdido la fe en Dios pues cierta noche abandonó sus hábitos y huyó de la iglesia exclamando
herejías sobre un bosque y la luna llena.
"El amor nacido entre dos seres humanos en conexion con la naturaleza y con su naturaleza, es el verdaderamente Divino no asi aquel que dicen surge de un Dios inventado por los hombres y expresado en cruces de metal"