El verdadero buscador
es quien en su propio laberinto se descubre, alumbrando pasadizos olvidados y
enmohecidos, alguna vez temidos.
Por aquello nada es
nuevo, solo reprimido y oxidado, es levantar el velo de lo incierto.
Te ves, te viste, o creíste
verte ¿y cuan real fue? ¿cuán cierto o certero? ¿iluminaste acaso esas verdades
que te hacen morder los labios y silenciar tu verdad? ¿cuánto fuiste capaz de
ver antes de cerrar los ojos llorosos?
Tan ansioso de
verdad, de realidad, de aquella sustancia que movilice tus acciones, tu arte,
tu sentido, que destruiste lo anterior, para crear un espacio nuevo, inventando
segundos.
Dejaste así asomar tu
esencia por esas fisuras que creaste para no desfallecer para no morir viviendo
y así en el tiempo sin tiempo, te fuiste encontrando, saliendo y volviendo a
ti, cuantas veces fuese necesario.
Tal y como la marea
bajo luna llena, si, como la marea, como las playas que recorres descalzo, sin
saber donde llegarán tus huellas, y parecieras aún estar a la espera, mientras
observas impávido el horizonte y con él, los botecitos y las aves libres, sin
destino seguro, como si parte de ti se dejase envolver en ellas, perdiéndose en
el todo.
Como si quisieras
abrazar la existencia misma, su vida y vigor, renaciendo al amanecer y muriendo
un poco al caer el sol en un ciclo eterno, y estas entonces ahí de pie
intuyendo una verdad ¿Qué es la verdad más que seguir lo aparentemente inseguro
pero que ya descifras en tu interior? ¿qué es la verdad más que identificar el
suspiro y el camino en el cual encuentras paz?
